Son dos muertes distintas. El Kurtz de Conrad, el de la novela aplastada por el sol colonial y blanco, es un Kurtz equivocado; el de la película de Ford Coppola, en cambio, ese Kurtz en medio del culto idólatra y la selva virgen, es, él mismo, LA equivocación. (S)
En “El Corazón de las Tinieblas”, Kurtz encarna la falsa superioridad del hombre blanco, de sus ideales que nadie cree, expuestos por un falso superhombre. Kurtz es el colonialista que se cree su colonialismo, su racismo vergonzoso, la explotación de los recursos del mundo, para una parte del mundo. Kurtz es, para Conrad, la locura de aceptar esa ideología, esa superestructura que sólo nace de la pura y dura explotación. Es, en definitiva, la enfermedad europea del siglo XIX e inicios del XX. Recorres el Río, gran imagen, y vas entendiendo, aunque no lo compartas, el camino del ególatra. Incluso puedes juzgarle, reírte de su muerte miserable, de la superioridad que sobre él tienen inferiores mandamases comerciales, de su viuda engañada, de su podredumbre (S)
El Kurtz de “Apocalypse Now”, en cambio, ha rebasado los límites de la razón. Ha viajado en medio de una guerra que rebasa los límites de la razón. Y su búsqueda, río arriba, es, simplemente, el abandono por parte de su captor de cualquier esperanza de comprensión. (S)
Este Kurtz, que también tiene algo del monomaníaco proyecto de Coppola (y hasta de las inflexiones autoritarias del guionista John Milius), este Kurtz, digo, ha trascendido las morales de los hombres. Como Vietnam bajo la república de la guerra. Un sueño oriental para alguien que sí ha ido más allá del Bien y del Mal, y que se ha atrevido a revitalizar el culto al Rey, al Hombre-Dios (Milius ilustró este absurdo en otras películas, pero sin la más mínima ironía, encarnando él la pesadilla coppoliana, la raíz más negra del conservadurismo americano). (S)
Cuando el Kurtz de la novela invoca el Horror, llama a las puertas humanas de la Muerte, hasta él es humano frente a Ella. Lo entendemos, morimos con él (es una suerte que ese sueño europeo y colonial muera, al fin y al cabo). Cuando el Kurtz de “Apocalypse” llama al Horror, lo hace con otros matices: el fin del sueño ególatra, la confrontación con la verdad, el desmentido de una vida equivocada de principio a fin, desde West Point a su reino selvático y teócrata, pasando por Estados Unidos y llegando a Kurtzlandia, desde el guerrero moral al tipo que crea un mundo sin moral, simple voluntad emanada, todos equivocados, todo equivocado. Hay un camino lógico y repugnante en todo eso.
En “El Corazón de las Tinieblas”, Kurtz encarna la falsa superioridad del hombre blanco, de sus ideales que nadie cree, expuestos por un falso superhombre. Kurtz es el colonialista que se cree su colonialismo, su racismo vergonzoso, la explotación de los recursos del mundo, para una parte del mundo. Kurtz es, para Conrad, la locura de aceptar esa ideología, esa superestructura que sólo nace de la pura y dura explotación. Es, en definitiva, la enfermedad europea del siglo XIX e inicios del XX. Recorres el Río, gran imagen, y vas entendiendo, aunque no lo compartas, el camino del ególatra. Incluso puedes juzgarle, reírte de su muerte miserable, de la superioridad que sobre él tienen inferiores mandamases comerciales, de su viuda engañada, de su podredumbre (S)
El Kurtz de “Apocalypse Now”, en cambio, ha rebasado los límites de la razón. Ha viajado en medio de una guerra que rebasa los límites de la razón. Y su búsqueda, río arriba, es, simplemente, el abandono por parte de su captor de cualquier esperanza de comprensión. (S)
Este Kurtz, que también tiene algo del monomaníaco proyecto de Coppola (y hasta de las inflexiones autoritarias del guionista John Milius), este Kurtz, digo, ha trascendido las morales de los hombres. Como Vietnam bajo la república de la guerra. Un sueño oriental para alguien que sí ha ido más allá del Bien y del Mal, y que se ha atrevido a revitalizar el culto al Rey, al Hombre-Dios (Milius ilustró este absurdo en otras películas, pero sin la más mínima ironía, encarnando él la pesadilla coppoliana, la raíz más negra del conservadurismo americano). (S)
Cuando el Kurtz de la novela invoca el Horror, llama a las puertas humanas de la Muerte, hasta él es humano frente a Ella. Lo entendemos, morimos con él (es una suerte que ese sueño europeo y colonial muera, al fin y al cabo). Cuando el Kurtz de “Apocalypse” llama al Horror, lo hace con otros matices: el fin del sueño ególatra, la confrontación con la verdad, el desmentido de una vida equivocada de principio a fin, desde West Point a su reino selvático y teócrata, pasando por Estados Unidos y llegando a Kurtzlandia, desde el guerrero moral al tipo que crea un mundo sin moral, simple voluntad emanada, todos equivocados, todo equivocado. Hay un camino lógico y repugnante en todo eso.
Incluso en estas pesadillas políticas, la muerte enseña cierto humanismo. Todo lo que se aleja de cierta humildad, se pudre. La muerte y lo humano (S).
Fran Molinero
Fran Molinero
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